Cinco años de Can Rareta (2ª parte)

Parece como si hubiera sido hace sólo unos meses cuando Sandra Vericat y yo charlábamos tardes enteras sobre  un proyecto que ella tenía en mente.  Sandra se preparaba, estudiaba, investigaba, pensaba, ataba y desataba ideas, las cogía con alfileres, las miraba, las hilvanaba, las volvía a mirar… hasta que las acabó cosiendo a conciencia y Can Rareta se convirtió en  una maravillosa realidad que hoy cumple cinco años!!!

Can Rareta es un lugar único y mágico. Entra dentro de lo que se denomina “Madres de día”, un concepto en España bastante nuevo, que sería una alternativa a las guarderías tradicionales y a las canguros. Pero Can Rareta es mucho más que eso.
Sandra atiende en su casa a un máximo de cuatro niños de 0 a 3 años.
Digo “atiende” pero esa no es la palabra, porque Sandra les enseña, les prepara, les educa, les cuida y lo más importante: les quiere. Todo eso los pequeños lo notan y por eso tienen con ella una relación tan especial.
Can Rareta se convierte en una segunda casa, para esos niños. En su hogar de por las mañanas. Allí se sienten seguros, tranquilos y felices, y sin darse cuenta aprenden tanto…  Forman una especie de familia y se comportan como tal.

 Tuve la suerte de echarle una mano un verano y vivir su día a día. Me enamoré de aquello.
Hay una rutina marcada que los niños se saben a la perfección y se sienten muy orgullosos de ello. La mañana empieza con “El paseíto”. Todos se preparan. Hay que ponerse protector solar, gorro, zapatos adecuados según qué momento del año sea  y el trayecto lo marcan ellos, salvo la primera parada que es ir a dar de comer a las gallinas. Abren y cierran el gallinero, que no tiene precisamente una puerta fácil de manejar, y saben que no debe salirse ninguna gallina y menos  aún el gallo.  Una vez están alimentadas, saludan a los corderos, a las tórtolas, a las palomas, a los pavos…  y entonces, deciden si ir a la era, o al tractor de Joan… o quién sabe.  Andar por esos caminos no es fácil y menos para pies tan diminutos, pero ellos se las apañan de maravilla.  Si hace falta se dan la mano unos a otros, se ayudan.
 Y así, entre naturaleza, viendo qué frutales están ya a punto, qué flores han salido, qué hortalizas  van naciendo, jugando con palos y piedras y caracoles y hojas,  y sobre todo mucha imaginación, va pasando gran parte de la mañana. A la vuelta, suelen estar  Francisca, María o Joan haciendo sus labores de campo. Entonces los niños les saludan, les “ayudan”, y como recompensa suelen comer con ellos pan o fruta o almendras… lo que haya en ese momento.
La hora de comer es fabulosa. Cada uno tiene su tarea asignada. Uno pone los manteles individuales y las servilletas, otro los cubiertos, otro los platos… Pero antes hay que lavarse bien las manos. Uno a uno, van subiendo al taburete para llegar al lavabo. Sandra sólo tiene que ayudar a los más chiquititos, los veteranos ya controlan la situación.
Una vez en la mesa cada uno se sirve. La consigna es: Hay que comerse todo lo que te pones en el plato.
Así que ellos solos van poco a poco controlando y saben que es mejor servirse una cantidad adecuada y después si hay más hambre, repetir. Además hace falta mucha maña. Coger con una cuchara la comida y llevarla a un plato requiere mucha concentración y coordinación de movimientos. No es tarea sencilla para manos tan pequeñitas.
Al terminar de comer, cada uno recoge su plato, vacía los restos en el cuenco que al día siguiente llevarán a las gallinas, y ponen el plato en el fregadero.
Ver  a esos pequeños en acción es emocionante.Hay miles de detalles maravillosos en Can Rareta. Podría seguir y seguir contando, pero creo que lo más importante de todo es la seguridad y la confianza que Sandra transmite a esos niños.  Les hace sentirse bien con ellos mismos. Sentirse capaces y por tanto ir a por el siguiente logro con naturalidad y ganas. Ponerse los zapatos, cambiarse la camiseta, subir un escalón, acabar un puzle, empezar a hablar, hacer pis en el orinal, servirse agua en un vaso… Cada día es un reto para ellos y cada día se van de Can Rareta sintiéndose muy orgullosos de sí mismos porque seguro que han logrado hacer algo nuevo.

Si eso es así, Sandra es, con diferencia, la mejor “maestra pizzera”. Y esto no lo pienso sólo yo.Dicen que en los primeros tres años de vida se forma nuestra base, nuestro auténtico yo. Esa base de pizza que, con los años, iremos aderezando con diferentes ingredientes.

Felicidades Can Rareta!!!! Felicidades por esos cinco años y Felicidades, sobre todo, por ese día a día tan sumamente bien hecho.

Susana Prósper

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