Tranquilidad: El legado más hermoso.

Una leyenda oriental cuenta como un rey, para explicarle a su hijo la importancia de la serenidad, enfrentada al poder y la astucia, organizó un concurso de pintura con dicho concepto como motivación y con la orden estricta de que no se desechara ningún cuadro. Entre los recibidos, uno despertó las burlas de los encargados del concurso, ya que mostraba unas nubes de tormenta y un mar encrespado ante un acantilado. Al llegar el momento de otorgar el premio, el rey contemplaba las obras, todas ellas llenas de cielos serenos y paisajes luminosos. Aburrido, de pronto vio, en una esquina de la sala, uno que le llamó la atención. Y era el que mostraba la tormenta. El rey se acercó, lo observó con detenimiento y exclamó entusiasmado que era el ganador. Los responsables del concurso intentaron hacerle cambiar de opinión, a lo que el monarca les señaló que no lo habían visto bien. Y era cierto. Contemplado de cerca, en el cuadro aparecía, en medio de aquella gran tormenta, un pájaro dándole de comer a su polluelo en el nido, ajeno al caos que le envolvía. Eso era lo que el rey ansiaba enseñarle al príncipe. “La serenidad no surge de vivir en las circunstancias ideales como reflejan los otros cuadros con sus mares en calma y sus cielos despejados. La serenidad es la capacidad de mantener centrada tu atención, en medio de la dificultad, en aquello que para ti es una prioridad”, explicó el rey.

Las emociones son respuestas automáticas que siente el cuerpo ante alteraciones del mundo exterior y que predisponen nuestro cuerpo para reaccionar a lo ocurrido. Cuando nos emocionamos, nuestro cuerpo cambia de un estado de equilibrio a un estado de acción. La sangre se concentra en las extremidades, el tono muscular varía para favorecer la huida o el ataque, las pupilas se dilatan para observar cualquier detalle. Todas las células de nuestro cuerpo se predisponen para asumir las sustancias químicas que se generan y, así, “aprenden” a configurarse de una forma determinada para cada emoción. Todos estos cambios físicos necesitan ser liberados para volver al estado de calma. La respiración pausada, el ejercicio físico o el llanto son herramientas adecuadas que usamos los adultos para retomar el estado de equilibrio. Pero también tenemos otras que no son adecuadas, como el enfado, la angustia o la inseguridad. No son adecuadas porque nos llevan a realizar acciones dañinas para el organismo, como pegar, comer compulsivamente o deprimir el sistema inmunológico.

En el caso de los bebés y los niños, están expuestos a diario a sus emociones; éstas se desencadenan por lo general por hambre, cansancio o por desear algo que no tienen en ese momento. La manifestación más habitual de la emoción en el bebé es el llanto. Cuando lloran, nos comunican que algo ha variado su estado de equilibrio y de paso liberan el exceso de energía que la emoción ha producido.

Las emociones en sí no se pueden educar, pero lo que sí es educable es la acción a la que lleva esa emoción. Como en el cuento, el mejor aprendizaje que podemos transmitir a nuestros hijos es la tranquilidad.

Los bebés y los niños son empatía pura, es decir, sienten lo que nosotros sentimos. Si nosotros respondemos al llanto con inseguridad, angustia o enfado el bebé no conseguirá volver a sus estado de equilibrio y asumirá que la respuesta a lo que está sintiendo debe ser la inseguridad, la angustia o el enfado. En vez de ser empáticos con su situación es mejor aceptarla, comprenderla y ofrecer una respuesta  tranquila y sosegada. De este modo, él se tranquilizará por pura empatía, se sentirá como nosotros nos sentimos.

Con el tiempo, todas sus células habrán aprendido a generar su propia tranquilidad ante las emociones, a retomar el estado de equilibrio tranquilizándose en vez de llorando, pegando o llevándose cosas a la boca.

Vivimos en una sociedad que no cultiva el estado de calma, tenemos estímulos continuos, vamos con prisa de un sitio a otro; mientras hacemos una cosa estamos pensando en otras mil que están por llegar. Aun así, todos conocemos el estado de calma y atención centrada en lo que hacemos. Algunos lo tenemos en el trabajo, otros en los deportes o aficiones, otros se centran precisamente ante situaciones estresantes. El estado de calma y atención es cuando el tiempo nos ha pasado volando, cuando todo nuestro ser siente que somos buenos en lo que hacemos, cuando estamos satisfechos con la labor realizada.

Cuando se encuentren ante su hijo y no sepan cómo atraer la tranquilidad a su mente piensen en esas acciones que saben que hacen bien: su cuerpo se destensará y aparecerá la calma. Si no lo consiguen, simplemente bostecen, este acto les relajará rápidamente y, debido a su carácter contagioso, también ayudará a su hijo a relajarse.

Si nuestro hijo está en medio de la tormenta, nosotros debemos ser un faro de serenidad que le guíe a aguas más tranquilas.

Sandra Vericat, responsable de Can Rareta.

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